miércoles, 6 de febrero de 2019

CRÍTICA - Green Book (Peter Farrelly, 2018)

Las comedias de los Hermanos Farrelly son ya un hito de las décadas de los 90 y 00. En su tiempo fueron denostadas por la crítica, pero hay que reconocerles a los de Rhode Island que inauguraron  una nueva forma de hacer reír a una generación que no le veía la gracia al humor ñoño despachado en los ochenta, y que ni tan siquiera se interesó por la sofisticación del cine clásico. Los Farrelly, tras un par de comedias de nivel medio-bajo, dieron en el clavo con Algo pasa con Mary (1998). Su humor grotesco, hilarante y gamberro abrió la veda a decenas películas firmadas por desiguales realizadores que no estuvieron a la altura de las películas de los Farrelly. Y es que estos hermanos son muy buenos.

Cuando salió la noticia de que uno de los Farrelly, Peter, iba a dirigir en solitario una comedia dramática, la sorpresa fue doble. Además, se filtró que el protagonista iba a ser Viggo Mortensen. Curioso tándem  Sin embargo las dudas han sido eliminadas a golpe de sencillez y calidad. 

Green Book no anhela conquistar horizontes imposibles. Aquí radica gran parte de su éxito. El discurso es sencillo y cercano, que es esencial para que el público entre en la película con inmediatez. Y hay que señalar que los temas tratados no son de los llamados cómodos para conseguir la implicación del respetable; Racismo, década de los sesenta, sur de EE.UU... son ingredientes para hacer un drama muy dramático, si me permiten la redundancia. Títulos buenos como Criadas y señoras, ó estupendos como Detroit, representan los ejemplos más recientes de denuncia respecto a las prácticas racistas realizadas durante Siglo XX en EE.UU. Sin embargo Farrelly ha conseguido esta delación desde el prisma más difícil, el de la comedia.

Es el humor lo que hace triunfar a la película,y los responsables de hacer realidad el texto firmado por Farrely, Brian Currie y Nick Villalonga, son sus dos actores principales: el citado Mortensen y Mahershala Ali. Ambos están inconmensurables. La dupla de intérpretes juega con los dos personajes, situados en las antípodas el uno del otro. Mortensen da vida a Tony Lip, un tipo de la calle,más bien pendenciero, racista y de modales bruscos, mientras que Ali encarna a un pianista sensible, educado y alcohólico.

La premisa  inicial no es original. De hecho se asemeja mucho a la propuesta planteada en aquel maravilloso film llamado Paseando a Miss Daisy. Negar esto es negar una evidencia. Pero Farrelly no apuesta por la originalidad, ni por un estilo espectacular y novedoso. Todo lo contrario. El largometraje aboga por hacer una obra sin artificios, basada en los diálogos. La cámara ahorra cada movimiento innecesario, poniendo la mirada del espectador sólo donde debe estar.(Hablando de antípodas. Las antípodas estilísticas de este film las podrá encontrar usted en La favorita de Lanthimos).


Green Book llega a las salas para quedarse en el corazón del espectador. El resultado de tan insólito proyecto es portentoso, en tanto que despide donosura y empatía plano a plano. Sí, la peli me la sé, pero da igual. Se degusta con total entrega.

Lo mejor: Mortensen y su faceta cómica, Alí, los diálogos, el precioso Callidac...

Lo peor: El personaje de Lip no está desarrollado con la sutileza que posee el resto del fim.

Nota: 8






lunes, 8 de octubre de 2018

Incidente en Ox-Bow (William A. Wellman, 1943)


Volver al cine clásico tiene algo de liberador; es el lago al que regesar cuando quieres calma y no sentir movimiento alguno. El cine de antaño, excelente en un porcentaje muy alto, es una garantía de que la calidad, la artesanía y la brillantez asomarán más temprano que tarde en la pantalla. Tales elogios son extensibles sobre todo a las décadas de los cuarenta y cincuenta. El film que revisionamos hoy es de 1943, época dorada del western, del blanco y negro, y de las más legendarias estrellas de Hollywood.

Incidente en Ox-Bow es una de esas joyas desapercibidas, invisibles ante la cantidad de títulos coetáneos que corrieron mejor suerte. Dicha coexistencia hizo menor a muchas obras que no merecen el destierro del reconocimiento. Ese es el caso de este  western atípico, característica que su director, Wellman, imprimió a algunos títulos de este género, como a la estupenda Cielo Amarillo.

Los primeros minutos del largometraje atrapan al espectador con ingredientes poco comunes, casi inexistentes, en el cine de la época; la escena rezuma humor negro, ironía y mala uva por todos sus poros. Es como si Tarantino  hubiese viajado al pasado, se sentara en una silla y comenzara a escribir en una Olympia el texto, firmado en esta ocasión, en la realidad, por Lamar Trotti. Les aseguro que no tiene desperdicio.

El resto del film es más bien oscuro, de una seriedad incuestionable. La trama, que aquí odiamos desvelar a modo de sinopsis, torna en un discurso que denuncia el libre albedrío, la injusticia y la ceguedad a la que lleva la venganza. La fotografía en un blanco y negro tenebroso plasmada por el maestro Arthur C Clark  resalta todo lo necesario en cada plano para relatar la historia con todo su jugo. El norteamericano compone los planos al servicio de la denuncia social, un ejercicio capital en su carrera, durante la cual ganó tres Oscars. Clark fue el responsable de la fotografía de títulos como Qué verde era mi valleEl filo de la navaja y La barrera invisible... ahí es nada.

Otros de los atractivos del film es Henry Fonda. ¿Por? Pues por el toque humorístico que su personaje atesora al principio de la película. El actor muestra que no sólo sabía desenvolverse como pocos con personajes que luchaban contra el mal de su interior para hacer flotar su lado decente. Fonda, poco amigo del excentricismo y la sobreactuación, es capaz, desde la sobriedad, pasar de la comicidad a la severidad con toda la naturalidad. Su personaje necesita de tales características  ya que es un protagonista de lo más humano; Gil Carter, a quien el actor da vida, tan pronto está bebido como defiende el honor de un compañero, o es un egoísta dolido por la deshonra de una mujer que no duda en luchar por lo que es ético... y Carter no es muy ético que digamos.

Western excelso y fantasmagórico que puede recordar en momentos a 12 hombres sin piedad y a otras películas , más tardías, que criticaron la injusticia en cualquiera de sus formas.


martes, 25 de septiembre de 2018

CRÍTICA - Sicario: El Día del Soldado (Sollima, 2018)



Es de dominio común que las segundas partes, salvo rarezas de incuestionable valor, son escasas en el mundo del celuloide. Me refiero a aquellas que continúan o preceden la historia de una, la primera, gran película. Esta es la situación, más bien reto, ante el que se encontraba Taylor Sheridan. El guionista de la aclamada, y con razón, Sicario, asumió la escritura de la segunda parte del film dirigido por Villeneuve. El realizador de moda en la ciencia ficción saltó del barco para dedicarse en entrañas y alma a la segunda parte de todas las segundas partes, Blade Runner 2049. Pero esa es otra historia.

Sin el director original y con un nivel harto difícil de conseguir, los de Columbia Pictures le dieron la oportunidad, en forma de bomba debajo de la cama, al director itálico Stefano Sollima. Sollima es un consumado especialista en historias de violencia y corrupción. Como ejemplo sirvan Suburra y All the Cops Are Bastards. También había otras sustituciones que hacer; El compositor Jóhann Jóhansson había fallecido el pasado mes de Febrero de forma inesperada, por lo que se contrató al también islandés Hildur Guðnadóttir. Pero, sin duda, la baja más sensible de todas fue la de Emily Blunt, quien en Sicario brilla con luz propia y arrasa con todos aquellos que comparten con ella algún plano, Brolin y Del Toro incluidos. Estos dos últimos aceptaron el reto y encabezan el reparto de esta segunda parte, en la que nos adentramos a continuación.

Sicario: El Día del Soldado comienza con una primera hora excepcional. La tensión y el equilibrio brillan en una historia algo desgastada, pero que cumple con las expectativas. La trama de la primera entrega deja paso a un guión que recurre al terrorismo islámico, combinado este con el eje de los dos films: el narcotráfico mejicano. 

La fotografía de Dariusz Wolski y la agilidad con que Sollima rueda las escenas de acción hacen que el espectador caiga enseguida en las fauces de la trama. En este primer tercio de metraje la película emerge victoriosa de cualquier comparación, llegando incluso a superar por momentos al de Villeneuve. Toda la máquina está perfectamente engrasada. Actores, fotografía, música, actores y guión toman la pantalla en pos de materializar un estupendo thriller de acción... pero la segunda parte del film cae inexorablemente.

¿La razón? El guión. Pese a ser un escrito sobrio aunque cadente de originalidad, Sheridan apuesta por unas situaciones forzadas, incluso inverosímiles, con las que el guionista parece intentar aderezar lo insulso de la propuesta. El resultado, por desgracia, es del todo inapropiado. El tono compacto, serio y sobrio conseguido en la primera mitad paga los platos de ciertos giros, alguno verdaderamente sonrojante, que sitúan el tramo final de Sicario: El Día del Soldado cerca del surrealismo, género que no casa muy bien que digamos con el thriller. 

Una verdadera lástima pues todo apuntaba a que la película pasase a ser una de esas rara avis del cine, en las que una secuela iguala o supera a una gran primera entrega.

Lo mejor: Las escenas de acción y el primer tercio del film
Lo peor: El carácter surrealista e improbable de la segunda mitad
Nota: 6




miércoles, 12 de septiembre de 2018

CRÍTICA - Happy End (Haneke, 2018)

Haneke. El nombre implica devoción y repulsión a partes iguales, lo que quiere decir que el estreno de una de sus obras suele provocar aceptación, rechazo, expectación... toda una serie de calificativos contradictorios. Pues su último título, Happy End, no merece la controversia digna de otras películas, como la más reciente, Amor, del ya lejano 2012, o Funny Games, en cualquiera de sus versiones. La razón de este frío recibimiento no es otro que el mismo frío que rezuma el film.

Haneke muestra en Happy End una versión anodina y más bien inerte de su cine. Pero es honesto. El propio título ya lo advierte, a modo de lo que hoy llaman spoiler. El espectador que se acerque al film, si está iniciado en el universo del austriaco, puede esperar, con toda la razón, un metraje plagado de mala uva, desasosiego y con un final monstruoso. Pues hay de todo, pero con falta de mordiente.

La película ofrece varias historias que reflejan el devenir de una misma familia. La decadencia de la misma, y los desgraciados episodios que la acompañan en poco tiempo, son temas y tonos familiares en el cine de Haneke. La diferencia es que el director se ha tomado una especie de revancha contra aquellos que le criticaban por el incisivo tono amargo y denostado de su filmografía. Estamos ante un discurso que intenta plasmar el talante opresivo y negativo de otros títulos, pero con cierta sorna. Todo resulta, pues, artificial y engañoso.


Happy End es descaradamente gélida. La cámara sigue a los personajes desde la letanía, a distancia, sin cortes, y los deja deambular solos, alejando al espectador de los detalles. Lo que importa para Haneke es crear una atmósfera de incertidumbre y desamparo. Pero el peligro en el que puede caer el realizador, y aquí lo hace, es  en desconectar con el público. 

El lenguaje cinematográfico puede sobrevivir a este desapego hacia el espectador si se siguen la líneas de un guión acertado, pero no estamos ante ése caso. Las escenas se suceden con más pena que gloria. Algunas son, directamente, desechables o merecedoras de sufrir un amplio recorte en la sala de montaje. Excentricismo por excentricismo.


El lado positivo: el elenco de actores está superlativo. Jean - Louis Trintignant repite hazaña a sus 87 años. El francés ya estuvo insuperable en Amor, y en ésta, la película que supone, según ha declarado, su retirada del cine, no escatima en mostrar un reflejo de abandono, desidia y cansancio que corresponde al estado vital del personaje. Isabelle Hupper también repite con Haneke tras la aclamada La Pianista. La francesa interpreta a la figura central de la trama familiar, y cumple de sobra con un personaje contenido y tibio, que casa perfectamente con los personajes a los que suele dar vida la actriz.

A destacar el papel de niña psicópata que asume la jovencísima Fantine Harduin, cuyo personaje salva al film de sucumbir ante la caricaturización que hace Haneke  de su propio cine. Humor negro sin gracia y un impostado positivismo son ingredientes para un cine menor,  no digno del director austriaco.

Lo mejor: Los actores protagonistas y el descubrimiento de Harduin.
Lo peor: La debilidad de la propuesta y el frío que suscita.
Nota: 4







jueves, 18 de febrero de 2016

CRÍTICA - ULISES LIMA (For All That Matters, 2015)



Parece lejana  aquella década de los ochenta. Tal observación nos hace sentir un poquito más mayores a aquellos que, de una u otra forma, vivimos aquellos años. A día de hoy aquella década está de moda. En general me parece una mala idea; una iniciativa ñoña y vintage que, eso sí, funciona con USB y batería de litio, vayamos a que se me joda mientras voy en la bici.

Por eso ha sido una muy grata sorpresa encontrarme con un grupo actual que actúa de máquina del tiempo. Me hacen viajar a Washington DC. Fecha de avistamiento: 1980. Joder, miro a mi alrededor y veo a una multitud de desalmados con cresta machacándose los unos a los otros a ritmo de pogo. Y en ése escenario está la banda que es el objeto de nuestra mirada telescópica:Ulises Lima. Me dicen que son españoles. No me lo creo. Les pido el DNI. Son de Madrid. Dios.

Perdonen esta fantasía matinal sabor a earl grey, pero es lo que invade mi mente al escuchar su último elepé: For All That Matters.

En su primera escucha el plástico emite un olor  a Dischord Records que es, en primera instancia, tan agradable como le puede parecer a una distinguida dama el aroma a Chanel Nº5. Mientras se despiezan los diez cortes de los que se compone el álbum, veo imágenes de Ian Mackaye saludando a unos  Rites of Spring pasados por una Thermomix marca Fugazi. Pero Ulises Lima es algo más que una banda que rinde, sin dudas, un estupendo homenaje a la escena hardcore de la capital de los Estados Unidos de los años ochenta.

La formación madrileña, compuesta por Paul, Ramon y Tote lleva funcionando desde principio de la década. Tan sólo a golpe de sencillos y pequeñas grabaciones (me refiero a la ínfima opulencia financiera de las sesiones) Ulises Lima ha luchado por hacerse un hueco, a base de codazos, en el panorama musical patrio que necesita urgentemente de savia nueva que se desmarque de la masiva tendencia pop que llena blogs y sellos discográficos por doquier.

For All That Matters, publicado en España por Caleiah (casa de nombres tan interesantes como Rollercoaster Kills ó Hurricade) y por Good Post Day Recs (Inglaterra), es el mejor trabajo del trío. Es más melódico, más intenso  y  está mejor compuesto que el notable Waiting For The Summer. Las canciones, registradas en Holy Tubes en tan sólo dos días, son un ejemplo de cómo una banda puede sonar a lo que pretende y a muchas  cosas más de las que se les presupone. Se dice que son emo. Yo, partiendo de que la etiqueta es, cuanto menos, sospechosa, considero que Ulises Lima son punk, hardcore, rock…. Escuchen el corte que abre el disco, Wage, y juzguen por ustedes mismos.
Los trallazos típicos del género se mezclan con cambios de velocidad e intensidad que hacen que el oyente no se pueda acomodar a un solo sonido. Éste es uno de los grandes méritos de este For All That Matters, que responde a una etiqueta en concreto, el hardcore, pero que la moldea, la estira y la moja, añadiendo así un incentivo en vías de extinción: el lenguaje propio. Estamos pues ante la mejor entrega de una banda joven que, si sigue apostando por su propio instinto, nos va a dar más de una buena noticia en el futuro, que se presenta en forma de polaroids digitalizadas repleta de bandas pop que no dicen nada en absoluto.




lunes, 30 de noviembre de 2015

Una pastelería en Tokio (An, 2015)

Sentaro es un pastelero que regenta su propio negocio en Tokio. Los dorayakis que prepara Sentaro, pese a no ser extremadamente buenos, gozan de buena fama entre sus fieles comensales. Cierto día aparece por el local una anciana, quien se ofrece para trabajar en la pastelería. Pese al inicial rechazo de Santaro, éste la contrata y la mujer le enseña a elaborar An, la pasta dulce de habichuelas de la que están rellenos los dorayakis. Pronto el éxito llama a las puertas de la pastelería y Sentaro descubrirá en Tokue algo más que una empleada.

La directora japonesa Noami Kawase dirige y escribe este film, el décimo de su carrera. La prolífica reaizadora, de tan sólo 46 años, vuelve a conmover con una historia relativamente sencilla pero que propone un gran número de matices y lecturas al espectador. Kawase se basa en la obra de Durian Sukegawa para volver a poner de manifiesto, una vez más, que se puede hacer cine de alta categoría con pocas herramientas técnicas, tan "sólo" con sobriedad narrativa y trabajo con los actores.

Las interpretaciones de la veterana Kirin Kiki (Tokue)y Miyoko Asada (Sentaro) son el engranaje perfecto para el guión de Kawase, que busca, y encuentra, emocionar al público desde la simplicidad técnica. Los movimientos de cámara son escuetos y precisos, no interfieren en la atención del respetable. La fotografía es estática pero, no por eso, menos bella. Los planos detalle de la preparación del An, ó la filmación de los cerezos en flor, son muestras de ello.

Kawase es una fiel representante del cine japonés más contenido, el que busca suscitar más que impresionar. Nombres tan ilustres como Ozu y Mizoguchi son los predecesores de este modo de entender el cine, que tienen en Kawase una digna heredera. La directora ya sorprendió a la crítica con su primer largometraje, Suzaku, que le valió la Cámara de Oro en el Festival de Cannes de 1997. Su penúltimo film, Aguas Tranquilas,recibió elogios tanto del público como de la crítica y recuperó el pulso después de un periodo de escasa fortuna, tras las imprescindibles El Bosque del Luto y Shara.

Siéntense pues en la butaca y no esperen nada. Sólo déjense llevar por la historia, los personajes y, por qué no, por la vida. Estamos ante un film primaveral, fresco e impetuosamente reflexivo.